9/18/2013

Ahorrar dinero y hacer carrera

—No tengo dinero para ir a la fiesta —le dijo una amiga a Ariadna. Se trata de la fiesta de la Lázaro Cárdenas, la reunión de ex-alumnos, 25 aniversario.

—¿Quieres que te preste dinero? —le dijo Ariadna.

La amiga tartamudeó por el teléfono. Se escuchó un silencio sideral, incluso los ladridos del perro vecino entraron en escena para dialogar el contraste del momento. La ironía salvaje apuntando a la personalidad de la amiga.

La amiga es de buenos ingresos. Aparte de rentas y salarios, recibe becas y otros subsidios para solventar el gasto mensual junto con el buen aporte de su marido. Pero la mujer es lo que se conoce como una persona agarrada.

—Seguro está ahorrando para su viaje en el crucero —le dije a Ariadna—. Así se las gastan los ricos. Ahorran y luego hacen sus movidas.

—Nunca tienen dinero —dijo Ariadna.

A pocos días de la fiesta de la Lázaro Cárdenas, la amiga está a punto de retractarse. Pero en las próximas vacaciones estará cruzando el océano en un crucero o el cielo en un jet, gracias a los dineros que se ahorra al no ir a eventos frívolos.

—El mundo es de los audaces —le dije a Ariadna.

9/13/2013

Ausente

Como siempre, la dueña del negocio no estaba allí.

Se trata de una dueña. Me lo ha confirmado una propietaria de un local vecino cerca de ese kiosko. Es una mujer la dueña. Y hablo de un kiosko o pabellón que vende y repara teléfonos celulares. También desbloquean teléfonos, y te dan servicio de P.O. Box para recibir correo de Estados Unidos. Todo muy bonito y envuelto en un pabellón de 3 x 3 a lo máximo. En un centro comercial de Playas de Tijuana.

Pero el negocio siempre está abandonado. Y no hablo de una o dos veces que lo he visitado. Hablo de unas veinte o treinta ocasiones que he cruzado el pasillo de ese centro comercial en camino a la Comercial Mexicana u otro asunto. Unas veinte o treinta que pudieran ser cincuenta o cien.

No es exageración.

La dueña ha de ser una persona influyente que no ha de pagar renta, o ya es de ella el espacio, porque no veo cómo ese negocio pueda sobrevivir cuando siempre está cerrado. Eso sí, siempre tiene un anuncio pegado en la ventana: regreso en 15 minutos.

—Habrá ido al baño —me dijo la propietaria del local vecino—. El candado de su puerta no está puesto.

—Habrá ido a tomar un café —le dije en plan de burla.

Se trata pues, de una comerciante fantasma. Pensé en quedarme por allí, sentado en alguna banca estratégica para sorprenderla cuando regresara de su mandado. No para comprarle algo, sino para ver qué clase de persona atiende un negocio así.

La señora que no envejece

Este es un increíble caso, verídico. Disfruten y comenten con un like, si gustan.

Hay un caso de una mujer que no envejece en mi calle. Es un caso sorprendente y controversial. ¿Qué opinan ustedes, siguen leyendo?

La acabo de ver subiendo un perro grande a un carro. La señora subía el perro al asiento del copiloto mientras su amiga la veía empujar al perro y someterlo para que se sentara. Se requiere fuerza para esa faena. El perro peleaba con ella. Pero ella no desistía. Empujaba al perro sobre el asiento. La amiga esperaba.

A sus qué, ¿70 años? —nadie sabe su edad—, esta mujer luce como si tuviera mi edad, o casi mi edad. Luce de unos cincuenta años. Este efecto retro inició hace un par de años. La empecé a notar más joven, o como si el tiempo se hubiera detenido para ella. En cambio el marido apenas se puede mover. Camina como si arrastrara el ataúd en la espalda. El marido con el cabello blanco. Ella con el cabello café.

No sé en qué año nació, ni qué edad tiene. Solo sé que es chocante ver cómo los demás envejecemos, y ella continúa fresca y activa, yendo y viniendo en su casa. Siempre barriendo, siempre levantando las hojas que caen de su maldito árbol. Es chocante su obsesión, su ardor por vivir. Joder, déjese de una vez quiere. Deje de robarle el oxigeno a alguien más joven que usted.

9/12/2013

Consumido por la escritura

Cuando uno escribe intensamente por unas horas, se hace un silencio dentro de uno. Las palabras se han detenido y ya no hay nada.

¿Qué tipo de energía se ha retirado del cuerpo al escribir?

—La misma que la del sexo —me dijo en una ocasión una amiga.

Mi opinión: escribir es una electricidad que a momentos duerme dentro de uno, solo para estallar cuando hay el impulso de escribir.

Ahora me siento consumido. He saciado mi necesidad de escribir y ya no queda mucho que ofrecer. Hay que recargar la batería.

Aficionados al arte del multinivel

Frank aun no llegaba y me puse a hojear unos libros en Sanborns.

Sanborns podría ser el lugar más seguro de México. Siempre han tenido a estos hombres de seguridad, con sus sacos pulcros y earplugs en las orejas. Vaya, como si fuera una amenaza el constante hurto de libros. ¿Quién se roba un libro? Pues nadie, pero allí están estos hombres encima de tu cara, para hacerte incomoda la hojeada de libros.

Cansado de echar vistazos a la entrada, me dirigí al café para reunirme con Frank, y allí estaba, entre un stand de lociones. Nos saludamos de abrazo y entramos al comedor como grandes amigos.

Apenas nos saludamos en la mesa, cómo estás, qué has hecho, me empezó a tirar las bases de su negocio de multinivel. Durante los siguientes treinta minutos que estuve allí, Frank me vio cara de cliente. Para que me haya invitado a tomar un café con el pretexto de saludarnos, quizá me vio como cliente desde entonces.

Hasta para la mesera era evidente esta intención. Se trataba de una mujer muy bonita, morena, ataviada con el reglamentario uniforme de mesera de Sanborns. Una falda tipo Adelita de la revolución, con un tanto de maquillaje para realzar las facciones. Aparte, su sonrisa amable. Aparte, sus pechos.

—Sin duda este es el lugar más vigilado de México —le dije a Frank—. No puedes leer un libro a gusto en la librería. Te sientes incomodo porque los de seguridad te están viendo para ver si no te robas un libro.

—Sanborns es una empresa de mucho prestigio —me dijo Frank, mi tío. Frank era mi tío—. Su comida tradicional, y por supuesto, el buen servicio al cliente.

La mesera empezó a sonreírme. No sé por qué, pero era notorio su interés por mí. Quizá se compadecía de que yo estaba siendo objeto de un sales pitch mal intencionado. Quizá ella estaba acostumbrada a ver estas escenas en Sanborns. Sanborns, Vips, son los lugares preferidos por las empresas de multinivel. Les dejan consumir un cafecito y pasar allí un tiempo considerable. Todo por tener presencia de clientela.

Decidí escuchar un poco más a Frank, su sales pitch. Luego me disculpé y me dirigí con la mesera a quien le di mi boleto del parking, para que me lo sellara.

Al poner el boleto en su mano, sin embargo, le vi una expresión en su cara que no le había notado. Y de cerca, el perfume que despedía su cuerpo era del orden comercial.

—Salgo en un par de horas —me dijo.

El terreno número 88

Estamos en uno de estos desarrollos dinosaurios de Tijuana. Mira que lo tengo claro. Allí vamos, camino a Rosarito, y todo ese calor lleno de polvo. Una avenida perdida que conduce, eventualmente, a este desarrollo perdido.

—Ya están vendidos todos los terrenos —nos dice una empleada de la inmobiliaria—. Fue un desarrollo viejo, ya no hay records.

Preguntamos si alguien nos puede llevar a conocer el terreno que buscamos y la respuesta es que ya no hay vendedores de aquellos tiempos, solo vendedores jóvenes que ahora están promoviendo unas casas que parecen influenciadas por Estados Unidos. Llevan un siding de Hardie Board en la fachada. En fin.

Estamos en este mundo perdido. Un desarrollo detrás de otro desarrollo. Es decir, un desarrollo en una montaña, con calles de tierra, y nada de señalamientos. Buena suerte.

—Por aquí encontraremos vestigios de algún dinosaurio —dice Daniel—. Parece Jurassic Park. Es increíble la lejanía urbana en contraste con la ciudad.

Estamos buscando este lote perdido, y no traemos un mapa, un plano, un croquis que identifique la ubicación correcta. Por el cielo pasa un avión de una aerolínea foránea. Daniel se limpia el sudor de la frente. Seguimos.

Seguimos buscando esta propiedad que podría estar invadida por alguna familia necesitada.

—Si alguien invade tu propiedad  —me dijo un abogado el día anterior—, estás perdido. En todo Tijuana hay dos agentes que se encargan de investigar las denuncias de despojos. No se dan abasto. Te llevan el caso hasta dentro de uno o dos años. Si bien te va.

9/11/2013

#911

1
Apenas entramos a Walmart —él iba delante— soltó un humo por su boca, como de cigarro, que respiramos al no tener otra alternativa.

2
Pero algo me crispó. El hombre no traía un cigarro en su mano, sino una especie de herramienta. Como un medidor de presión de llantas.

3
Regresé mi atención al recuerdo del humo blanco. Había salido uniformemente de su boca. Humo blanco. Me asusté. ¿Qué habíamos inhalado?

4
Seguimos caminando. Él parecía muy tranquilo. Una amenaza entró en mi conciencia, pues era 9/11. ¿Y si se trataba de un terrorista?

5
Digamos, un terrorista que acababa de contaminar la atmósfera del mercado con un gas mortífero, y nadie se había dado cuenta, más que yo.

6
Iniciamos las compras en Walmart, pero ya nada era igual. No podía dejar de pensar en ese hombre, que ya se había perdido entre la gente.


* * *
Publicado originalmente en Twitter, 9/11/13



Vendido

—Una vez que algo está vendido —me dice—, no se puede volver a vender.

Estoy de acuerdo con su observación, ¿pero cómo hacerle entender a ella?

—No puedes vender una cosa dos veces —continúa él—. Para que me entiendas, lo vendido, vendido está.

Asiento. Un poco inquieto, pero asiento.

—Se llama fraude —me dice—. Vender una cosa dos veces se llama fraude.

Solo una vez, pienso, solo una vez.

Rumblings in the night

Ya no tengo contacto con escritores de la frontera como antes. Todo cambia. Uno cambia. En fin.

Pero leo el blog de Lorena Mancilla, y respeto su constancia. Allí sigue escribiendo, blogueando. ¿Estará en Twitter? Lo dudo. Muchos autores no le han encontrado el sabor a Twitter. Daniel Salinas es otro que abrió su cuenta y la abandonó. Gerardo Nemónico es otro caso. El abandonar un medio que no satisface lo que un escritor determinado busca. Elogios, lectores, seguimiento, público.

Leo a Lorena Mancilla, la conozco poco, o algo, no sé, y digo, bueno, me gusta lo que escribe, y eso inspira a escribir: si ella continúa, ¿por qué yo no?

A veces se requiere de una sola persona para mover a muchos.

Quizá los blogs, el Twitter, algunas redes sociales, Facebook, no sean afortunadas para autores que no tienen la notoriedad como otros autores más conocidos, que con solo abrir su cuenta de Twitter, y con ella firmar sus columnas, ya tienen miles de seguidores, aun y cuando solo escriban superficialidades.

Tal es el mundo de los escribientes. Un placer solitario, de buena suerte. Buena estrella, si esta te visita.

Ay Twitter, ay blog.

Vengo de Twitter al blog, y lo más probable es que regrese a Twitter y deje el blog. Siempre dejo al blog. Quién lee y qué más da.

Escribo a intervalos (leo a intervalos), porque algo debo escribir. Lo malo es que esa necedad de escribir pide a gritos un lector. Si no, ¿por qué hacerlo en Internet, mmm?

Se ve muy caduco quejarse por no ser leido, se ve patetico. Pero precisamente eso es lo que me sucede en Twitter. Es un continuo 'no ser leido', solo 'ser visto'.

"Mira, allí va un tuit de ese tal BR. Mmm, no me interesa lo que escribe, sigamos leyendo los demás tuits".

¿Por qué no interesa un tuit? Mmm, ese es un dilema que no he podido resolver en casi un año de tuitear constantemente. Es la pregunta del millón, y yo no tengo la respuesta. Eso me ha dramatizado un calvario personal de insatisfacciones literarias, que van y vienen, porque el amor a escribir me mantiene fiel y constante, y allí ando, y aquí ando.

El drama de Twitter: ¿Por qué pierdo el tiempo allí? Lo hago por una razón muy obvia, por la misma razón que todos: por la inmediatez, por ser una literatura portátil que llevas en el bolsillo, y puedes sentir que aportaste algo al mundo desde la comodidad de tu smartphone.

Pero tal vez sea esa inmediatez portátil su peor enemigo, lo que le resta trascendencia al mensaje, aunque escribas muy bien.

8/22/2013

BlogTuiter 7/28/13 - 7/29/13

12
¿Cuál es esa canción que ensayas todas las noches?

11
Cuando te encuentras a una persona en la calle que no tenías ganas de ver, debes decir 'Claro'.

10
Me pasa. Me pasa con regularidad. Soy víctima de mi anhelo de sentirme querido.

9
Si dejo la boca abierta, se me salen las palabras.

8
Los víboros celosos de watepeor.

7
Tengo razones. Esas razones llevan al silencio.

6
Hoy me llamo lunes, mañana me llamaré martes, y así.

5
¿Escribir es de huérfanos?

4
Voy a inventar señales luminosas que lleven tu nombre, ida y vuelta.

3
Así como te avergüenzas de mí en público, yo me avergüenzo de ti en privado.

2
Me pregunto si algunas personas tienen conciencia, o simplemente se bloquean.

1
¿Visitaré a un tío?

7/27/2013

Ahí va esto

—¿Qué tanto lo odias? —le preguntaron, enfrente de unos amigos.

Él asintió sin decir nada, escondido detrás de sus anteojos obscuros. Aun había luz, pero el lugar ya presentaba sombras.

—Perdón —dijo—, ¿podrías repetir la pregunta?

—¿Qué tanto lo odias?

Asintió y acercó el cigarro a su boca. Asintió y volteó hacia la calle, donde pasaba un Honda rojo. Volvió a asentir y fumó su tabaco. Sonrió un poco, no mucho, solo un poco.

—No entendí tu pregunta —dijo.

5/29/2013

La Poli

  Durante años frecuenté el centro de la ciudad. Cuando entré en la Secundaria Federal Lázaro Cárdenas, o la Poli, mis papás optaron por que me regresara en camión a mi casa. Una opción ruda. Un cambio para mí, que venía de una primaria particular.

  Para que se le forje el carácter.

  Sin embargo, el cambio me afectó. Terminé perdiéndome en esa escuela. Me perdía entre los amplios espacios, entre edificio y edificio. Yo, que estaba acostumbrado a una escuela pequeña, ahora tenía demasiados lugares a dónde ir, y las opciones me abrumaban. Nunca hice amigos. Se puede decir que pasé de noche la secundaria. Mis únicos recuerdos fueron los trayectos de ida y venida. De ida, en el carro apretado del papá de un amigo. De regreso, en camiones anodinos, desolados, indiferentes.

  Mis papás me daban unas monedas cada día, las cuales debía racionar en algún refrigerio en la escuela, y el transporte de regreso a mi casa. A veces le robaba unas monedas a mi papá de su tocador. A veces, en lugar de usar esas monedas en el camión —tomaba dos camiones: uno de la escuela al centro, y otro del centro a mi casa—, me ahorraba el dinero pidiendo raite y así pasaba a una panadería y me compraba un pan, ya que salía con mucha hambre de la escuela.

  Mi ingenuidad o falta de malicia no me hacían ver que pedir raite podía ser una actividad riesgosa para un joven de doce, trece años. Supongo que mi manera de ver la situación era más o menos así: qué tanto pueden hacerle a alguien que tiene que pedir raite porque no trae dinero. Sin embargo, nunca vi más allá. Nunca atisbé que podría haber otros peligros.

  Llegaba al centro y caminaba hasta dar con el otro camión. Caminar las calles del centro de Tijuana era muy rutinario y cómodo. Uno se acostumbraba pronto a andar entre el tráfico, la gente, los negocios, sin hacerle caso a nadie. Es decir, caminar rápido y no confiar. Solo una idea: llegar al destino, al pan dulce, al camión. 

  A veces hacía escalas para distraerme. Había una tienda de deportes en el centro, La popular. Allí echaba ojo a lo último en cuanto a guantes y bats de béisbol, el deporte que comenzaba a practicar con fruición con unos amigos de la colonia. En aquellos tiempos los Atléticos de Oakland eran mi equipo, también me gustaban los Dodgers de Los Ángeles, luego los Padres de San Diego.

  Al llegar a la licorería, de donde salía el camión, solía encontrarme con algunos conocidos que también iban a Playas. No es que fueran amigos, sino que compartíamos la ruta, el destino. Algunos no iban en mi escuela o salón, algunos eran más grandes. El caso es que todos íbamos al mismo lugar, y eso nos unía.

  Yo era el tranquilo, el que observaba a estos más adiestrados dominar el espacio del camión. Se sentaban en la parte de atrás, la zona de los rudos, para dominar a los que iban enfrente. Estudiantes, empleados, vagos, sirvientas, alcohólicos, músicos. De todo.

  Yo veía en silencio. Escasamente hablábamos. Quizá ellos bromeaban entre sí, pero yo nunca me metía.

5/21/2013

Ojos estirados

Las maestras son un tema muy interesante, dijo Severino, que despierta pasiones encontradas en un sujeto habilitado de imaginación. Por un lado, juegan un rol importante en la educación de la sociedad, por otro lado, guardan un misterio.

Severino pasó a relatarme cómo se había hecho aprendiz de una maestra de ojos estirados. Tenía ojos como de gato, dijo, luego ella me confesó que tenía parientes orientales, y de allí venía el look.

Era entendida en el arte de las pociones —así las llamo yo—, aunque ella me decía que se llamaban Flores de Bach. Yo siempre las entendí como pociones. Vengo por otra poción, le decía. Ella iba a su cuartito en la parte de atrás de su casa —vivía con su tía—, y más tarde regresaba con una botellita, dándome instrucciones de cómo debía ingerir la poción.

El único contacto que tenía con ella consistía cuando estiraba mi mano y la saludaba de mano. Ella tenía novio, y eso había quedado entredicho. Pasaron un par de sesiones, sin embargo, hasta que ella se sintió más en confianza, y yo lograba detenerle la mano más tiempo de lo normal, cuando nos saludábamos.

Yo sentía una gran cantidad de luz inundar mi corazón, cuando tocaba su mano. Un día se lo dije, a lo que ella pegó un gemido y pareció molestarse.

—Soy maestra señor, por favor —su voz quedita, bajando la mirada, mientras le detenía su pulcra mano.

Eso ocasionó que dejara de visitarla en su consulta, ya que el cargo de conciencia me ganó.

Severino me relató que solo la veía cuando dejaba a sus hijos en la escuela. La maestra se cruzaba de brazos cuando él llegaba, o cambiaba de dirección la mirada. Severino se acostumbró a tener solo recuerdos de ella.

A veces abría los ojos en la mitad de la noche, y la podía ver, su cara pulcra, su cabello largo, recién lavado, sus ojos estirados. Cómo se iba a fijar en mí, me dijo, un hombre calvo, con bigote, divorciado.

Un día la vi en un evento de la escuela de mis hijos. Estaba sentada en una banca, con las piernas cruzadas. A su lado estaba el que parecía ser su novio, le detenía la mano con mucha paciencia, mientras ella me lanzaba una mirada de ojos estirados, circunspecta. Qué estará pensando, me dije.

Sintiendo algo de pánico, o miedo, de que fuera a decirle al novio, me puse a platicar con otro maestro, el maestro Martín, de Educación Física.

Severino me dijo que luego vio que la maestra se paró, dejando al novio en la banca, y caminó a una mesa de comida, para quedar precisamente en la dirección de su mirada.

Severino le vio el rostro pulcro, limpio. Ella se giró y Severino sintió el contacto inquieto de su mirada.

—Debo irme —le dijo al maestro Martin—, dejé el auto mal estacionado.

Severino me dijo que la mirada de la maestra de ojos estirados, podía ser tan cálida como amenazadora, lo cual confundía a cualquiera.

Por lo que un día llegó decidido a solicitar otra poción, en la casa de la maestra. La maestra lo recibió con sus ojos estirados, y sonrisa impecable, tranquila.

—Buenas tardes profesora, he decidido volver a iniciar mi tratamiento antidepresivo.

La maestra lo vio emocionada y se estiraron la mano en un saludo que duró más allá de lo normal.

De noche, muy de noche, cuando se encontraba descansando, Severino se imaginaba que ella cerraba sus ojos estirados y abría la boca, esperando un beso.

Un día la maestra lo recibió como de costumbre, a las cuatro de la tarde, para entregarle una nueva botellita con Flores de Bach.

—Debe cuidar la postura señor —y le puso la mano en su espalda, mientras el creyó leer algo en su mirada, algo que lo movió por dentro.

Los ojos de ella nunca sonreían, me dijo Severino, pero te veían de una manera que te hacían participar activamente en verla. En una ocasión me sugirió una pose de yoga para aliviar un dolor de espalda, por lo que puso su mano en mi ingle y la mantuvo allí. Me dijo algo del kundalini, que no recuerdo,  y me hizo flexionar la pierna, ocasionando que su mano resbalara hacia mi entrepierna. ¡Profesora!, pensé. Pero ella se puso de pie y cruzó sus brazos, como lo hacía cuando me veía en la escuela. Solo me miró a los ojos con un gesto muy elegante que no había visto en sus ojos estirados. Era una combinación de sonrisa tímida y chispa de alegría.

5/14/2013

De escribir

  De los escritores de Tijuana —aunque él no es de Tijuana—, siempre puedo respetar a Daniel Salinas. Un periodista que ha incursionado también en la literatura, y lo hace con tremenda garra narrativa. De alguna manera tiene lo que todo buen periodista debiera. Trasfondo literario para narrar. No todos los periodistas han leído una novela. Quiero pensar que leen lo que está en la mesa de bestsellers de Sanborns, pero Daniel siempre ha ido más allá. Incluso más allá que muchos escritores.

  Hay otra cosa que conmueve, su determinación, su lealtad al oficio. Creo que él llegó a los blogs después que yo. El caso es que yo abandoné el mío por varios años —6, 7—, mientras él sigue con el suyo. Si eso no es fidelidad a la escritura, no sé qué es. Escribir a pesar de circunstancias y adversidades de la vida es admirable.

  Mi excusa primaria —y a la fecha—, es que la vida me jaló hacia otros rumbos. Razón numero uno: la realidad de la familia. Cuántas veces no se lee por allí que el arte y la familia no pueden convivir. Lo presentía, luego lo viví al tener hijos. No es reproche, es solo explicación en cuanto a que, aunque uno quisiera continuar siendo escritor, la realidad de la vida se impone para alejar a uno del camino.

  Siempre mantuve la chispa de escribir haciendo mis cosas, aun y cuando la falta de tiempo y sobretodo, energía, me impedían hacerlo con interés. Me era difícil escribir con la misma creatividad, sin ver mis letras empañadas de la realidad diaria, de los retos de ser papá y tener que proveer. Nunca es fácil, ni lo será. Por allí dos o tres casos de escritores que no pudieron y se divorciaron.

  Yo sigo en lo mío, balanceando esto con lo otro. Al parecer siento una renovación, misma que como toda vela encendida, podría ser apagada por una ráfaga inesperada de la vida.

5/13/2013

Una idea, una palabra, una imagen

Una cosa agradable de escribir cuentos es que puedes crear un argumento a partir de los detalles más nimios. Una idea que brota en tu mente, una palabra, una imagen, cualquier cosa. En la mayoría de los casos es como la improvisación en el jazz, y el argumento me lleva a donde le plazca.

—Haruki Murakami


Blanco abstracto

Blanco, nada, neutral, vacío, silencio.
¿Se trata de una condición?
No hay respuesta: nada, silencio, blanco.
¡Fundido en blanco! 

La tarde pasa, no hay nada que hacer.

Llegar al blanco, al vacío —el inevitable vacío—, intimida.
Intimida como un embarazo indeseado.
Luz y obscuridad, habitando el mismo espacio.
Silencio cerrado.

Anduve buscando la respuesta, la respuesta probablemente esté aquí.

5/08/2013

Facebooks

  De mi no-incursión a Facebook, tengo esto que decir.

  No soy de redes sociales, en definitiva.

  Mi naturaleza no se presta para estar expuesto a las arbitrariedades de las interacciones sociales, a las omisiones u indiferencias derivadas de sentimientos encontrados. Suficiente trabajo lidiar con este fenomeno en persona, que cuando se da en un espacio tan impersonal como Internet (caras no vemos), no puedo lidiar con él de forma neutral.

  Un analista me diría que precisamente la manera de superar estos obstáculos es enfrentándome a ellos de forma frontal, categórica, sin lugar a duda. Yo le diría que tiene razón.

  En este momento, sin embargo, elijo tomar esta postura antisocial (de nuevo) ante una red social como Facebook, donde de todas maneras, hay un estatus quo de 'Mira mi vida qué hermosa es, puedes darme un like o comentar en mi status update, pero eso no significa que haré lo mismo contigo, en tu perfil, en tus actualizaciones'.

  Esta falta de equidad es lo que me mueve a dudar de estos ambientes. Me parece una proyección del ego elevada a la milenaria potencia. Demasiado yo yo yo, sin nada de retroalimentación, sin nada de regresar el favor.

  Si para socializar uno debe hacer eso, prefiero no hacerlo. Tampoco se trata de ser un adulador lamebotas de personas acostumbradas a recibir elogios para que su ego se infle más y más, y sigan compartiendo lo maravilloso que es su vida, su familia, sus viajes, sus pensares.

  No no no. Así no voy. Prefiero la marginalidad del libre pensamiento, y después de todo, la escritura. Que a final de cuentas, es bastante solitaria.

5/04/2013

AGRESIONES

La descomposición de una sociedad se proyecta en pequeñas cosas. Por ejemplo en la manera de conducir el auto. He allí donde sale el verdader color, donde se mide la temperatura del caos. Una ciudad como Tijuana, por ejemplo. Un sábado a medio día, cuando visitan los norteamericanos que vienen a conducir como cavernícolas porque en USA no se atreven a hacerlo. Un jueves o martes, cuando la gente está vuelta loca por las calles con hoyos y las desviaciones que deben tomar. El caos está presente, y una ciudad como Tijuana, donde no hay una regulación del tránsito, es lugar idóneo para que impere un ánimo de 'tú hazle como puedas'. Se te mete un auto o te avientan el auto. Se pasan los semáforos con una facilidad que da miedo. Los conductores cometen decisiones maquiavélicas donde menos deben hacerlo, en un semáforo o plena avenida. El caos reina y es un derivado del estrés social, laboral y densidad de población. Mucha gente queriendo llegar al mismo lugar por vías inadecuadas que no satisfacen el flujo vehícular. Caos y locura, ya proyectada, ya desbordándose, porque la gente vive al día, y si te quejas, si tocas tu cláxon, cuidado, no sabes con quién te metes.

4/29/2013

Jogging

  Mientras hago jogging, me encuentro a un conocido. Este hombre que su única trayectoria en la Universidad fue estar liado a una mujer, toda la carrera. Siempre se les veía juntos, mientras la mayoría andaban solteros. Pero había una advertencia. Era él el que estaba pegado a ella, y no al revés. Ella, después de todo, tenía seguridad económica, siendo su papá un profesionista establecido. El novio quizá reconoció esta bondad desde el inicio, intuyendo que al finalizar tendría preparado el camino.

  Las veces que me lo he encontrado —pocas, por cierto—, él lleva el papel de segundo a mando. Hoy lo vi disfrutando un smoothie —bebida elegida de las señoras que hacen zumba—. Bebía su smoothie desde un vaso de poliestireno blanco. Sorbía su bebida por el popote, escuchando la conversación de una persona a su lado, pero no le prestaba atención. Me veía a mí, haciendo jogging.

  Cuando lo sorprendí que me miraba, él desvió la atención. No veía a su interlocutor, no me veía a mí, únicamente sorbía su smoothie por el popote.

4/25/2013

Vacíos

  La vacuidad existencial lleva a las personas a llenarse de cosas.

  Cuando el vacio más aprieta, la necesidad apremia y se obtiene un objeto nuevo, algo tangible que dé sentido a las manos, al tacto— estoy vivo. ¡Joder, estoy vivo!

  —Es como un instinto lóbrego —me dice Eugenio—, y ya no puedo seguirle el paso a esta mujer llamada novia. Cuando me doy cuenta, ya se compró una cosa. Una computadora. A lo mejor se fue de viaje, se compró un carro, ve tú a saber. Estoy seguro que en estos dos años, ha gastado una suma importante en cuestiones materiales, ropa. Todo para ella, este consumo lóbrego, porque siempre tiene que haber algo más, una novedad más.

  —Ha de estar muy— vacía —expresé.

  Se quedó callado, atinando a mover la cabeza de arriba para abajo.

4/24/2013

Un café con Virgilio Dante

   Hace unos días tuve oportunidad de tomar un café con Virgilio Dante, autor, y me fui a casa inspirado por sus palabras.

—Debes continuar agregando material a este blog —fueron sus palabras.

   Mi justificación, típica de autores inseguros, fue que no gozaba de trayectoria o temáticas que podrían interesar.

   —Nunca fui muy informativo.

   —Escribe de lo que te plazca. Una broma, un chiste, una anécdota.

   —Estoy de acuerdo, pero por favor nada de Obama, Osama, o temas de emigración, política del medio oriente. De hecho soy arquitecto. Eso estudié. Esto de la escritura, para qué negarlo, lo fui adquiriendo durante mis años difíciles de la vida, que aun continúan.

  Tomó una servilleta y se limpió la boca.

  —Lo haces bien —dijo.

  —Para que tú me lo digas, algo habrá de cierto.

Contigencias.

 No hay duda. La lectura impulsa a la escritura. No puede haber uno sin el otro.

 ———

 Entonces qué es lo que hice. Un pequeño experimento. Antes de escribir me hice a la tarea de leer un fragmento de un libro. Una página al menos. Esto como forma de motivación o ejercicio de creación. Hace un tiempo me di cuenta que mi vocabulario sufría cuando dejaba de leer.

Negocio redondo

A lo mejor estoy equivocado—

   Hasta hace poco yo era una persona muy agraciada en términos de fe hacia instituciones positivas. Tal es el caso pues, de que uno confía en las escuelas, recintos de educación, pero que con el tiempo, uno empieza a sondear y darse cuenta que en el fondo son unos money making machines.

   —Pon una escuela —dice una persona—. Son el mejor negocio.

   Esa persona sabe algo de lo que habla. Pero lo que me retorció el estómago es que mis hijos están inscritos en una escuela, perdón, en un negocio.

   No es que no me hubiera dado cuenta —las escuelas como negocios—, es solo que en estos tiempos donde la cartera aprieta al estómago, estas cosas pesan más de lo normal.

   ¿Y porqué son negocios? Por muchas razones que desconozco, pero con señalar que cada alumno aparte de cubrir sus materiales básicos (libros, útiles, etc.), debe incluir el material que usa en la escuela, papel de baño, vasos, resmas para la copiadora, etc, uno atisba cierto grado de comercio. Me pregunto qué sigue. Pagar el agua que se bebe, y finalmente pagarle directamente al maestro.

4/14/2013

De todas maneras

Extiendo el brazo y tomo una foto que observo con cautela y parsimonia de abuelito. Se trata de una foto tomada en una reunión a la que asistimos. Recuerdo cómo me insistía Tina para que fuéramos.

—Es de una amiga que acabamos de conocer —me dijo poniendo su mano en mi hombro—. Es una fiesta temática, para que me entiendas.

No es que la reunión resultara una estafa —¿cómo era posible saberlo?—, pero cuando vi que algunas mujeres portaban antifaces, presentí que algo andaba mal.

La música sonaba a todo volumen en el pequeño salón de fiestas, rentado para esta ocasión especial. Es decir, la música tronaba con ánimo de dejar sordo al que se dejara. La música descargaba decibeles de potencia desafinada, y las mujeres pronto empezaron a hacer un dance en sus atuendos temáticos de los 70's. Todas con antifaces y todas cargadas de vodka.

Anteriormente me había acercado con el cantinero para intercambiar unas palabras de agradecimiento por incluir cerveza en el menú, cuando noté que uno de los maridos se ofreció a traer unas botellas de vodka de su casa porque, 'se estaba acabando el abastecimiento', y la fiesta sería larga, según sus cálculos de ingeniero (era un ingeniero).

—Se necesita combustible para quemar las naves —explicó, cuando se retiraba a su casa.

No hay mejor belleza que ver a un grupo de señoras divirtiéndose sanamente bajo el influjo de un tónico de cranberry vodka. Un amigo de mi mesa tomó una foto de la escena, y luego me la mostró.

—Parecen swingers —me dijo, con un tono bonachón.

Me carcajee de su comentario, entendiéndolo como parte del folclor inédito de la noche. Es decir, de la sana deshinibición que se estaba dando en la pista de bailar.

Pero luego apagaron las luces.

Ya era de noche, y el salón quedó en peligrosa penumbra donde todo gato es pardo. Una a una, me refiero a las mujeres, fueron sacando a los hombres a bailar a la pista. Yo esto no lo capté de primera instancia porque estaba volteado contemplando otras cosas, sino hasta que sentí que una mano cogía la mía y alguien me decía con tono enfático:

—No es de caballeros rechazar a una mujer.

Allí empezó el desmadre, como dicen.

No supe con quién bailaba, solo sé que era una mujer un poco pasada de peso, y que no era Tina. Hice mi mejor intento por bailar bien, pero terminé sentándome de nuevo en la mesa, porque aparte estaba tomado y no aguantaba el ritmo de los demás.