Vengo de Twitter al blog, y lo más probable es que regrese a Twitter y deje el blog. Siempre dejo al blog. Quién lee y qué más da.
Escribo a intervalos (leo a intervalos), porque algo debo escribir. Lo malo es que esa necedad de escribir pide a gritos un lector. Si no, ¿por qué hacerlo en Internet, mmm?
Se ve muy caduco quejarse por no ser leido, se ve patetico. Pero precisamente eso es lo que me sucede en Twitter. Es un continuo 'no ser leido', solo 'ser visto'.
"Mira, allí va un tuit de ese tal BR. Mmm, no me interesa lo que escribe, sigamos leyendo los demás tuits".
¿Por qué no interesa un tuit? Mmm, ese es un dilema que no he podido resolver en casi un año de tuitear constantemente. Es la pregunta del millón, y yo no tengo la respuesta. Eso me ha dramatizado un calvario personal de insatisfacciones literarias, que van y vienen, porque el amor a escribir me mantiene fiel y constante, y allí ando, y aquí ando.
El drama de Twitter: ¿Por qué pierdo el tiempo allí? Lo hago por una razón muy obvia, por la misma razón que todos: por la inmediatez, por ser una literatura portátil que llevas en el bolsillo, y puedes sentir que aportaste algo al mundo desde la comodidad de tu smartphone.
Pero tal vez sea esa inmediatez portátil su peor enemigo, lo que le resta trascendencia al mensaje, aunque escribas muy bien.
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