9/12/2013

Aficionados al arte del multinivel

Frank aun no llegaba y me puse a hojear unos libros en Sanborns.

Sanborns podría ser el lugar más seguro de México. Siempre han tenido a estos hombres de seguridad, con sus sacos pulcros y earplugs en las orejas. Vaya, como si fuera una amenaza el constante hurto de libros. ¿Quién se roba un libro? Pues nadie, pero allí están estos hombres encima de tu cara, para hacerte incomoda la hojeada de libros.

Cansado de echar vistazos a la entrada, me dirigí al café para reunirme con Frank, y allí estaba, entre un stand de lociones. Nos saludamos de abrazo y entramos al comedor como grandes amigos.

Apenas nos saludamos en la mesa, cómo estás, qué has hecho, me empezó a tirar las bases de su negocio de multinivel. Durante los siguientes treinta minutos que estuve allí, Frank me vio cara de cliente. Para que me haya invitado a tomar un café con el pretexto de saludarnos, quizá me vio como cliente desde entonces.

Hasta para la mesera era evidente esta intención. Se trataba de una mujer muy bonita, morena, ataviada con el reglamentario uniforme de mesera de Sanborns. Una falda tipo Adelita de la revolución, con un tanto de maquillaje para realzar las facciones. Aparte, su sonrisa amable. Aparte, sus pechos.

—Sin duda este es el lugar más vigilado de México —le dije a Frank—. No puedes leer un libro a gusto en la librería. Te sientes incomodo porque los de seguridad te están viendo para ver si no te robas un libro.

—Sanborns es una empresa de mucho prestigio —me dijo Frank, mi tío. Frank era mi tío—. Su comida tradicional, y por supuesto, el buen servicio al cliente.

La mesera empezó a sonreírme. No sé por qué, pero era notorio su interés por mí. Quizá se compadecía de que yo estaba siendo objeto de un sales pitch mal intencionado. Quizá ella estaba acostumbrada a ver estas escenas en Sanborns. Sanborns, Vips, son los lugares preferidos por las empresas de multinivel. Les dejan consumir un cafecito y pasar allí un tiempo considerable. Todo por tener presencia de clientela.

Decidí escuchar un poco más a Frank, su sales pitch. Luego me disculpé y me dirigí con la mesera a quien le di mi boleto del parking, para que me lo sellara.

Al poner el boleto en su mano, sin embargo, le vi una expresión en su cara que no le había notado. Y de cerca, el perfume que despedía su cuerpo era del orden comercial.

—Salgo en un par de horas —me dijo.

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