9/05/2014

Un final agridulce, Cerati.

Cerati, che, ¿habrá muerto de coraje, soledad?

Me hago esta pregunta. Digamos que en un estado de coma, la desesperación de estar atrapado allí -aunque haya conciencia o no-, la desesperación de sentir o sospechar lo que sucede afuera, sin poder romper el hielo, solo mover un dedo ante el saludo de un allegado que visita en el hospital. Como estar debajo del hielo, en un mar congelado.

Conocí a Cerati. Un gran tipo, alto, omnipresente, soberbio, argentino. Tomamos unas cervezas en un antro de Tijuana después de un concierto. A mí me confundían con Zeta, el bajista de Soda Stereo, mientras Cerati se reía de la escena.

Siempre fui fan de Cerati. Primero de Soda Stereo, en aquellos tiempos sonaba Doble vida. Un amigo puso el cassette y dije, y estos quiénes son. No apostaba por el rock en español, porque luego de escuchar todo el movimiento punk/goth/new wave que salía de Inglaterra, el rock en español se me hacía inferior, una copia. De hecho Cerati admitió que trataban de imitar a Police.

El caso es que les salió mejor. Había una nueva manera de sentir la música con ellos. Era en español, pero uno quedaba con la sensación de estar viviendo algo novedoso. Algo propio, latino, pero con propuesta y sensibilidad.

Luego se fue por su cuenta y siguió innovando. Eso era lo que me gustaba de él. Era un innovador que no temía arriesgarse. Creaba texturas que envolvían. Texturas que parecían fórmulas, en algunos casos, que iba repitiendo, pero siempre revelaban nuevos matices, nuevos entendimientos, y uno decía, Cerati, maestro, lo volviste a lograr.

Su último disco me parece el mejor. En él hay una belleza potente. Cerró con broche de oro. Quiso ser una fuerza natural. Pero le ganó la desvelada, la malpasada, el exceso del éxito en la cumbre del rock.

Cuatro años en coma, debajo de ese mar congelado, hasta que la música se le fue retirada.

Che, Cerati, ¡gracias!

9/04/2014

La lentitud de los parias

Decidimos mandar a desaparecer al perro. Hacía mucho ruido, sobre todo en la noche, cuando dormíamos. La vecina ni en cuenta. Ella feliz, colgada del teléfono, con un cigarro en la mano, y una copa en la otra. La habían dejado sus hijos. Sus ataques de rabia, curiosamente como el perro, fueron demasiado.

Lo difícil fue encontrar alguien que hiciera ese tipo de trabajo. Aunque tampoco tan difícil. Hoy en día hay mucho vaguito por las calles, buscando un chance, echando un ojo. En fin, no muy difícil, después de todo.

—Y de paso te llevas al otro perro —le dijimos—, al del vecino.

Entre ambos hacían mucho ruido. Eran un equipo, un combo malévolo, por no decir culero. Curiosamente ambos llegaron al mismo tiempo, como un regalo del infierno, y curiosamente ambos perros eran callejeros, o sea tenían el estigma. O sea, esto ya estaba predestinado. Pero uno puede cambiar su destino, ¿no?

8/31/2014

Los otros días

Según KM, hay un impulso primitivo que contradice las buenas intenciones de la mujer más recatada. Durante unos días del mes, muy particulares, muy inesperados, ellas son capaces de trepar árboles, esperar a que aparezca su presa, caerles encima, llevarlos por el aire. Otras trepan paredes. Otras te invitan a su apartamento. Otras firman convenios. Otras escriben libros.

—Llegan esos días —dijo KM—, y qué vas a hacer. Supongo que para ti esto es un discurso foráneo, pero yo soy un profesor en ese arte de la ubicuidad. El secreto está en esperar. Ya sabes cómo son, llegan esos días, terribles, contradictorios, y su biología las traiciona, las 'trolea'. Trepan árboles, escriben pensamientos, comparten fotos. Si antes defendían conceptos y teorías acerca del buen vivir, moralismos fundamentados en los condicionamientos que la sociedad les impuso desde pequeñas, lo que se espera de ellas, cómo deben comportarse, la buena conciencia, la familia como institución, cuando llegan esos días pierden el piso y trepan árboles, paredes, rasguñan muebles para afilar sus uñas, se doblan sobre escritorios, mandan mensajes, se resbalan, y no pueden detenerse.

—Supongo que lo que dices es subjetivo.

—Son datos duros y concretos, basados en años de estudio e investigaciones de campo. ¿Me crees?

—Supongo que sí.

Bebimos el whisky. 

—En una ocasión, una completa desconocida me invitó a su apartamento . No tenemos mucho tiempo, me dijo, asomándose por la ventana y doblando el cuerpo. Qué iba a saber yo que esta mujer era una respetable ama de casa, pero en ese momento lo desconocía. Mientras oíamos ópera, me confesó cosas extrañas. Que se acostaba con alguien cada vez que podía, para silenciar las voces en su cabeza. Emocionado por su sinceridad, le pedí que me dijera cuándo había sido el primer día de su último período. Tranquilamente sacó un bloc de notas y me mostró la fecha, en perfecta caligrafía y tinta azul. Allí estaba. La prueba del delito. La mujer andaba en sus días. Los del medio.

Nos quedamos callados, viendo a unas mujeres que entraban al restaurante. Iban muy maquilladas, con faldas cortas y tacones.

Bebimos el whisky.

—A un hombre sin experiencia estos vaivenes existenciales pueden causarle angustia —siguió—. Le puede asaltar un acceso de ira al no entender cómo la misma mujer que trepó una pared o se colgó de un árbol, discúlpeme la molestia, después asiste a un grupo de autoayuda, o va a misa los domingos y se da golpes en el pecho, 'Por mi culpa, por mi culpa'. Pero si sabe esperar y dejar un espacio, que se haga un espacio en su corazón para aceptar esta naturaleza insondable de la mujer, entonces tendrá derecho a festejar alguna que otra bonanza.

8/30/2014

Historia del rancor

Conocí a Margot y Rancor hace unos años. Ellos vivían cerca de mí, demasiado cerca, no imaginaba qué tan cerca. Su conducta amigable, de ganancias secundarias, me llamaron la atención.

Eran una pareja ideal. Como muchas, como todas las parejas. Su lenguaje era el de la realidad. Se decían las cosas tal cual, con amabilidad, con una sonrisa.

Me invitaron a su casa y desde esa primera noche, nos hicimos amigos. Vino, risas, una chimenea, algunos besos. En fin, todo ideal. Todo bonito.

—Solo falta que tengas una pareja —me dijeron mis nuevos amigos—, alguien que te comprenda, que sea como tú. Hablaremos con ella, para ver si está interesada.

—¿Hablarán con quién?

—Hablaremos con ella.

—¿Quién?

—Tenemos una amiga que comparte nuestras ideas, también las tuyas, también las tuyas. Se llama Samantha. Es una negra. 

—Una negra.

—Está muy negra, y busca alguien para redimir su retribución. Sabe alimentar bien.

Pensé que estaban locos, o tomados, o desvelados. Los días pasaron y mi vida continuó con justa monotonía del hombre que espera un desenlace. 

Me olvidé de estos vecinos que amablemente me habían invitado a su casa para intercambiar notas. Luego una noche de agosto ella llegó a mi casa. Resuelta. Motivada. Solitaria. Adicta.

Una negra.

—Espero no llegar tarde —dijo.

—¿Tarde? —mi mirada en sus tacones.

—A tu vida. Espero haber llegado a tiempo. Veo que escribes mucho y te gustan las fantasías. Busco alguien con quien redimir cuentas y creo que eres la persona indicada, según me han dicho mis asesores vitales. Tengo dinero. Te pagaré en orgánico.

Total que esa noche me pagó en orgánico, y me dijo que tenía más en su repertorio. Era obvio. La manera como caminaba. Sus ojos. Su cabello ensortijado. Su boca apetitosa. Sus piernas. Sus silencios. Su complicidad. Su amor. Su peligro. Su destierro. 

Esta es la historia.

—Rancor y Margot me dijeron que te quieres casar —me dijo después, cuando las cosas se habían calmado.

—Nunca pensé en casarme —le dije.

8/26/2014

Vivo el sueño mexicano

Escribo desde el sofá. Un té verde me acompaña. Ya no leo como antes. Para qué. En realidad de qué sirve y a quién le importa. Comentario de víctima: It all seems so stupid and unnecessary. A guy farts on the TV.

El té verde me acompaña. Es el fin del camino. Cuando tomas té verde, es porque ya no tomas cerveza los sábados en la noche, o sales con los amigos. El conductor de la TV agrega: whatever.

Me fui a vivir a Estados Unidos, eso es lo que pasa. Ahora extraño todo lo mexicano. La comida, típico. El desorden social, atípico. El té verde me mantiene. Viva los Xolos, ahora soy soccer fan.

Escribo desde el sofá, porque rento un apartamento tan pequeño (todo cuesta más caro) que no caben muchas cosas. Todo lo dejé en Tijuana, en casa de alguien. Mis cartas. Mis libros. Mis CDs.

Me consuela saber que no soy el único que se ha venido a vivir a San Diego. La mitad de Tijuana, gente que conozco, incluso mi familia, vive en San Diego.

Es más fácil así. 

Solo espero que no me vaya demandar un vecino o que en menos de un año esté tan gordo con la comida procesada/refrigerada, que nadie me reconozca cuando regrese a Tijuana.

8/24/2014

Playas de los perros

Cuando nos dimos cuenta, ya era muy tarde. Perros por todas partes, a todas horas, protegiendo la colonia, Playas de Tijuana, porque ellos eran protegidos, a su vez.

Estas sociedades o grupos que protegen a los animales, hacen sus campañas en la avenida enfrente de la iglesia. Unos aprovechan y venden cachorros. Pero la idea es hacer conciencia entre la comunidad. Adopta a un perro. Vacuna a tu perro. Estas organizaciones que defienden a los perros. Sobre todo las mujeres. Dato curioso. Mujeres con mucho tiempo en sus manos, que adoptan estos hobbies filantrópicos, pero no se dan cuenta que joden a la población. O sea, no ven las consecuencias, los daños colaterales.

Demasiados perros para una colonia, y cuando los oyes ladrar, es como una horda, una jauría de animales locos, locos, pero protegidos.

—Es que no los sacan a pasear —argumentan los defensores de los animales, una señora, casi siempre—. Por eso ladran, están enojados. La culpa la tienen los dueños. Es que vivimos en un país tercermundista.

Ladran y ladran, a todas horas, y ahora vivimos en medio de eso. Ya son más perros que personas, y ahora ellos se están organizando. Se comunican en la noche, se mandan mensajes de casa a casa, de cuadra a cuadra, sus ladridos desvelados viajan en medio de la madrugada al oído de otro perro.

8/23/2014

Buenas personas

La urbanidad de los vecinos, es lo mismo que decir la salvajería del homo sapiens. No se nos da, a algunos, no todos, la convivencia, la amabilidad. Somos seres abandonados a nuestros intereses personales. Nos encerramos en nuestras casas, como si fortalezas de protección del medio ambiente, pero si tenemos que salir y convivir, tomar en cuenta a los demás, allí quedamos muy por debajo de los animales, incluso.

Vivimos en una isla, y moriremos solos.

Una vecina, una mujer que maneja un nivel de civilización sacado de un rancho, bajada de un monte, estrés en la voz, es un ejemplo de esta conducta antisocial que se nos da muy fácil. Es más fácil ser malvado que buena gente. Es más fácil ignorar, de ignorancia, que prestar atención.

Fiestas de alto volumen, perro hostil que ladra a todo momento, hijos descarriados, exesposo con otra mujer, carcajadas burlescas por teléfono, copa en la mano, cigarro en la mano, carro estacionado enfrente de otra casa, en fin, nadie es perfecto.

*levanta la mano.

—En todas partes se cuecen habas —me dice una amiga, que tiene vecinos problema a su vez.

—A lo mejor estoy pagando un karma —le digo.

—No creo en el karma —me dice—, y no veo por qué tú tendrías que pagar un castigo así, cuando eres una buena persona.

—Mi vecina no cree que yo sea una buena persona.


8/07/2014

Hallazgo

Realmente nunca le conocimos bien. Me refiero a la esposa de Jonathan, nunca le conocimos y él a veces llegaba a las reuniones, y venía solo.

—¿Y Margaret?—, le preguntábamos.

—Está cansada —decía él, con un dejo de misterio.

En otras ocasiones decía que ella estaba ocupada.

—Tiene un proyecto muy importante, y lo tiene que terminar.

Siempre era algo.

Luego llegó el día que ellos se divorciaron, vaya noticia ¿eh? Agarró a la familia desprevenida. 

Él no dio explicaciones, solo se limitó a decir que las cosas habían terminado.

Obviamente ya no supimos de ella. 

Todas estas situaciones me dejaron un mal sabor de boca, por lo que decidí contactarla para cerrar el ciclo. La busqué en su lugar de trabajo, una empresa de buen tamaño en las afueras de la ciudad, pero su secretaria —tenía secretaria— me explicó que Margaret no estaba.

—Salió a una junta con los directivos —y me dio su teléfono.

La cosa se convirtió en una obsesión. Cómo era posible tanto rodeo. Yo solo quería despedirme, cerrar un ciclo.

Terminé por visitarla en su casa, se había quedado en la casa que había comprado con Jonathan, una cabaña en la montaña. Me llevé una sorpresa al por fin encontrarla. La vi fumando un cigarro en su terraza, mientras veía el paisaje de las montañas con una mirada circunspecta que me intimidó.

No pude continuar con mi objetivo. Solo atiné a observarla desde la calle, y me retiré.

5/29/2014

¿Que yo me contradigo?

¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? —Whitman


Una de las facetas más incompresibles (y desesperantes) del ser humano es la contradicción. Por lo menos en mi caso, encuentro un conflicto enorme cuando percibo una contradicción en otra persona. Nótese que no digo en mí persona, pues yo también percibo algunas contradicciones.

Pero a lo que voy es esto: la exorbitante dificultad en entender el proceder de ciertas personas, podría acercarse a la empresa de encontrar una aguja en un pajar. Buena suerte con eso, a menos que seas un terapeuta y estés dispuesto a indagar en el subconsciente de dicha persona contradictoria.

Vayamos a un ejemplo burdo, donde se maneja la volatilidad del ser humano.

Entrada en una plática amena, una tertulia doméstica de petit comité, una mujer comenta o mejor dicho, despotrica en contra de un hombre no presente. "Está loquísimo", dice la mujer causando sorpresa entre quienes la escuchan. Luego la mujer continúa explicando las razones de por qué está loco ese hombre. "... Y deberías ver las novias que consigue, todas están locas como él".

Esos son comentarios que dejan en manifiesto que esa mujer no está interesada en lo mínimo en tener amistad o contacto con ese hombre, de hecho podría detestarlo. Pero bueno, estamos llenos de contradicciones, ¿no? Lo dijo Whitman.

Adelantamos el tiempo un poco y encontramos esa misma mujer poniendo 'likes' a las fotos y comentarios que ese mismo hombre publica en Facebook.

Momento, qué está pasando aquí, uno se pregunta, qué tipo de fenómeno contradictorio, o patológico, está sucediendo aquí.

Y la vida continúa.

3/24/2014

El difícil arte de ignorar

Lo veo venir, su cabellera afro de los setentas, de vigencia retro. El hombre sabio, con su chaqueta negra y collares en el cuello. A su lado va su mujer, aparentemente lesionada en algún accidente. Cojea, y lleva un aparato para caminar. El hombre del afro la ayuda a caminar, a cruzar la calle, en dirección hacia mí. El hombre me conoce, yo lo conozco. Somos pues, conocidos del pequeño barrio tijuanense.

El hombre, sin embargo, se hace el occiso, la virgen le llama.

Voltea a un lado, voltea al otro, cuando estamos a metros de distancia baja la mirada al pavimento en comportamiento justificado de que, va ayudando a su mujer a caminar y no puede voltear a verme. Pero claro que puede, es solo que elige no hacerlo.

Yo también he ignorado a gente que me encuentro y que no quiero saludar. Debo confesar, sin embargo, que cuando hago ese comportamiento, me duele. Me duele, porque sé muy bien que estoy haciendo una canallada, que la otra persona se va sentir ignorada, pisoteada, y refutada como si no existiera o no fuera importante.

Todos lo hemos hecho, pero siempre duele.