4/29/2013

Jogging

  Mientras hago jogging, me encuentro a un conocido. Este hombre que su única trayectoria en la Universidad fue estar liado a una mujer, toda la carrera. Siempre se les veía juntos, mientras la mayoría andaban solteros. Pero había una advertencia. Era él el que estaba pegado a ella, y no al revés. Ella, después de todo, tenía seguridad económica, siendo su papá un profesionista establecido. El novio quizá reconoció esta bondad desde el inicio, intuyendo que al finalizar tendría preparado el camino.

  Las veces que me lo he encontrado —pocas, por cierto—, él lleva el papel de segundo a mando. Hoy lo vi disfrutando un smoothie —bebida elegida de las señoras que hacen zumba—. Bebía su smoothie desde un vaso de poliestireno blanco. Sorbía su bebida por el popote, escuchando la conversación de una persona a su lado, pero no le prestaba atención. Me veía a mí, haciendo jogging.

  Cuando lo sorprendí que me miraba, él desvió la atención. No veía a su interlocutor, no me veía a mí, únicamente sorbía su smoothie por el popote.

4/25/2013

Vacíos

  La vacuidad existencial lleva a las personas a llenarse de cosas.

  Cuando el vacio más aprieta, la necesidad apremia y se obtiene un objeto nuevo, algo tangible que dé sentido a las manos, al tacto— estoy vivo. ¡Joder, estoy vivo!

  —Es como un instinto lóbrego —me dice Eugenio—, y ya no puedo seguirle el paso a esta mujer llamada novia. Cuando me doy cuenta, ya se compró una cosa. Una computadora. A lo mejor se fue de viaje, se compró un carro, ve tú a saber. Estoy seguro que en estos dos años, ha gastado una suma importante en cuestiones materiales, ropa. Todo para ella, este consumo lóbrego, porque siempre tiene que haber algo más, una novedad más.

  —Ha de estar muy— vacía —expresé.

  Se quedó callado, atinando a mover la cabeza de arriba para abajo.

4/24/2013

Un café con Virgilio Dante

   Hace unos días tuve oportunidad de tomar un café con Virgilio Dante, autor, y me fui a casa inspirado por sus palabras.

—Debes continuar agregando material a este blog —fueron sus palabras.

   Mi justificación, típica de autores inseguros, fue que no gozaba de trayectoria o temáticas que podrían interesar.

   —Nunca fui muy informativo.

   —Escribe de lo que te plazca. Una broma, un chiste, una anécdota.

   —Estoy de acuerdo, pero por favor nada de Obama, Osama, o temas de emigración, política del medio oriente. De hecho soy arquitecto. Eso estudié. Esto de la escritura, para qué negarlo, lo fui adquiriendo durante mis años difíciles de la vida, que aun continúan.

  Tomó una servilleta y se limpió la boca.

  —Lo haces bien —dijo.

  —Para que tú me lo digas, algo habrá de cierto.

Contigencias.

 No hay duda. La lectura impulsa a la escritura. No puede haber uno sin el otro.

 ———

 Entonces qué es lo que hice. Un pequeño experimento. Antes de escribir me hice a la tarea de leer un fragmento de un libro. Una página al menos. Esto como forma de motivación o ejercicio de creación. Hace un tiempo me di cuenta que mi vocabulario sufría cuando dejaba de leer.

Negocio redondo

A lo mejor estoy equivocado—

   Hasta hace poco yo era una persona muy agraciada en términos de fe hacia instituciones positivas. Tal es el caso pues, de que uno confía en las escuelas, recintos de educación, pero que con el tiempo, uno empieza a sondear y darse cuenta que en el fondo son unos money making machines.

   —Pon una escuela —dice una persona—. Son el mejor negocio.

   Esa persona sabe algo de lo que habla. Pero lo que me retorció el estómago es que mis hijos están inscritos en una escuela, perdón, en un negocio.

   No es que no me hubiera dado cuenta —las escuelas como negocios—, es solo que en estos tiempos donde la cartera aprieta al estómago, estas cosas pesan más de lo normal.

   ¿Y porqué son negocios? Por muchas razones que desconozco, pero con señalar que cada alumno aparte de cubrir sus materiales básicos (libros, útiles, etc.), debe incluir el material que usa en la escuela, papel de baño, vasos, resmas para la copiadora, etc, uno atisba cierto grado de comercio. Me pregunto qué sigue. Pagar el agua que se bebe, y finalmente pagarle directamente al maestro.

4/14/2013

De todas maneras

Extiendo el brazo y tomo una foto que observo con cautela y parsimonia de abuelito. Se trata de una foto tomada en una reunión a la que asistimos. Recuerdo cómo me insistía Tina para que fuéramos.

—Es de una amiga que acabamos de conocer —me dijo poniendo su mano en mi hombro—. Es una fiesta temática, para que me entiendas.

No es que la reunión resultara una estafa —¿cómo era posible saberlo?—, pero cuando vi que algunas mujeres portaban antifaces, presentí que algo andaba mal.

La música sonaba a todo volumen en el pequeño salón de fiestas, rentado para esta ocasión especial. Es decir, la música tronaba con ánimo de dejar sordo al que se dejara. La música descargaba decibeles de potencia desafinada, y las mujeres pronto empezaron a hacer un dance en sus atuendos temáticos de los 70's. Todas con antifaces y todas cargadas de vodka.

Anteriormente me había acercado con el cantinero para intercambiar unas palabras de agradecimiento por incluir cerveza en el menú, cuando noté que uno de los maridos se ofreció a traer unas botellas de vodka de su casa porque, 'se estaba acabando el abastecimiento', y la fiesta sería larga, según sus cálculos de ingeniero (era un ingeniero).

—Se necesita combustible para quemar las naves —explicó, cuando se retiraba a su casa.

No hay mejor belleza que ver a un grupo de señoras divirtiéndose sanamente bajo el influjo de un tónico de cranberry vodka. Un amigo de mi mesa tomó una foto de la escena, y luego me la mostró.

—Parecen swingers —me dijo, con un tono bonachón.

Me carcajee de su comentario, entendiéndolo como parte del folclor inédito de la noche. Es decir, de la sana deshinibición que se estaba dando en la pista de bailar.

Pero luego apagaron las luces.

Ya era de noche, y el salón quedó en peligrosa penumbra donde todo gato es pardo. Una a una, me refiero a las mujeres, fueron sacando a los hombres a bailar a la pista. Yo esto no lo capté de primera instancia porque estaba volteado contemplando otras cosas, sino hasta que sentí que una mano cogía la mía y alguien me decía con tono enfático:

—No es de caballeros rechazar a una mujer.

Allí empezó el desmadre, como dicen.

No supe con quién bailaba, solo sé que era una mujer un poco pasada de peso, y que no era Tina. Hice mi mejor intento por bailar bien, pero terminé sentándome de nuevo en la mesa, porque aparte estaba tomado y no aguantaba el ritmo de los demás.