4/14/2013

De todas maneras

Extiendo el brazo y tomo una foto que observo con cautela y parsimonia de abuelito. Se trata de una foto tomada en una reunión a la que asistimos. Recuerdo cómo me insistía Tina para que fuéramos.

—Es de una amiga que acabamos de conocer —me dijo poniendo su mano en mi hombro—. Es una fiesta temática, para que me entiendas.

No es que la reunión resultara una estafa —¿cómo era posible saberlo?—, pero cuando vi que algunas mujeres portaban antifaces, presentí que algo andaba mal.

La música sonaba a todo volumen en el pequeño salón de fiestas, rentado para esta ocasión especial. Es decir, la música tronaba con ánimo de dejar sordo al que se dejara. La música descargaba decibeles de potencia desafinada, y las mujeres pronto empezaron a hacer un dance en sus atuendos temáticos de los 70's. Todas con antifaces y todas cargadas de vodka.

Anteriormente me había acercado con el cantinero para intercambiar unas palabras de agradecimiento por incluir cerveza en el menú, cuando noté que uno de los maridos se ofreció a traer unas botellas de vodka de su casa porque, 'se estaba acabando el abastecimiento', y la fiesta sería larga, según sus cálculos de ingeniero (era un ingeniero).

—Se necesita combustible para quemar las naves —explicó, cuando se retiraba a su casa.

No hay mejor belleza que ver a un grupo de señoras divirtiéndose sanamente bajo el influjo de un tónico de cranberry vodka. Un amigo de mi mesa tomó una foto de la escena, y luego me la mostró.

—Parecen swingers —me dijo, con un tono bonachón.

Me carcajee de su comentario, entendiéndolo como parte del folclor inédito de la noche. Es decir, de la sana deshinibición que se estaba dando en la pista de bailar.

Pero luego apagaron las luces.

Ya era de noche, y el salón quedó en peligrosa penumbra donde todo gato es pardo. Una a una, me refiero a las mujeres, fueron sacando a los hombres a bailar a la pista. Yo esto no lo capté de primera instancia porque estaba volteado contemplando otras cosas, sino hasta que sentí que una mano cogía la mía y alguien me decía con tono enfático:

—No es de caballeros rechazar a una mujer.

Allí empezó el desmadre, como dicen.

No supe con quién bailaba, solo sé que era una mujer un poco pasada de peso, y que no era Tina. Hice mi mejor intento por bailar bien, pero terminé sentándome de nuevo en la mesa, porque aparte estaba tomado y no aguantaba el ritmo de los demás.

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