La vacuidad existencial lleva a las personas a llenarse de cosas.
Cuando el vacio más aprieta, la necesidad apremia y se obtiene un objeto nuevo, algo tangible que dé sentido a las manos, al tacto— estoy vivo. ¡Joder, estoy vivo!
—Es como un instinto lóbrego —me dice Eugenio—, y ya no puedo seguirle el paso a esta mujer llamada novia. Cuando me doy cuenta, ya se compró una cosa. Una computadora. A lo mejor se fue de viaje, se compró un carro, ve tú a saber. Estoy seguro que en estos dos años, ha gastado una suma importante en cuestiones materiales, ropa. Todo para ella, este consumo lóbrego, porque siempre tiene que haber algo más, una novedad más.
—Ha de estar muy— vacía —expresé.
Se quedó callado, atinando a mover la cabeza de arriba para abajo.
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