5/21/2013

Ojos estirados

Las maestras son un tema muy interesante, dijo Severino, que despierta pasiones encontradas en un sujeto habilitado de imaginación. Por un lado, juegan un rol importante en la educación de la sociedad, por otro lado, guardan un misterio.

Severino pasó a relatarme cómo se había hecho aprendiz de una maestra de ojos estirados. Tenía ojos como de gato, dijo, luego ella me confesó que tenía parientes orientales, y de allí venía el look.

Era entendida en el arte de las pociones —así las llamo yo—, aunque ella me decía que se llamaban Flores de Bach. Yo siempre las entendí como pociones. Vengo por otra poción, le decía. Ella iba a su cuartito en la parte de atrás de su casa —vivía con su tía—, y más tarde regresaba con una botellita, dándome instrucciones de cómo debía ingerir la poción.

El único contacto que tenía con ella consistía cuando estiraba mi mano y la saludaba de mano. Ella tenía novio, y eso había quedado entredicho. Pasaron un par de sesiones, sin embargo, hasta que ella se sintió más en confianza, y yo lograba detenerle la mano más tiempo de lo normal, cuando nos saludábamos.

Yo sentía una gran cantidad de luz inundar mi corazón, cuando tocaba su mano. Un día se lo dije, a lo que ella pegó un gemido y pareció molestarse.

—Soy maestra señor, por favor —su voz quedita, bajando la mirada, mientras le detenía su pulcra mano.

Eso ocasionó que dejara de visitarla en su consulta, ya que el cargo de conciencia me ganó.

Severino me relató que solo la veía cuando dejaba a sus hijos en la escuela. La maestra se cruzaba de brazos cuando él llegaba, o cambiaba de dirección la mirada. Severino se acostumbró a tener solo recuerdos de ella.

A veces abría los ojos en la mitad de la noche, y la podía ver, su cara pulcra, su cabello largo, recién lavado, sus ojos estirados. Cómo se iba a fijar en mí, me dijo, un hombre calvo, con bigote, divorciado.

Un día la vi en un evento de la escuela de mis hijos. Estaba sentada en una banca, con las piernas cruzadas. A su lado estaba el que parecía ser su novio, le detenía la mano con mucha paciencia, mientras ella me lanzaba una mirada de ojos estirados, circunspecta. Qué estará pensando, me dije.

Sintiendo algo de pánico, o miedo, de que fuera a decirle al novio, me puse a platicar con otro maestro, el maestro Martín, de Educación Física.

Severino me dijo que luego vio que la maestra se paró, dejando al novio en la banca, y caminó a una mesa de comida, para quedar precisamente en la dirección de su mirada.

Severino le vio el rostro pulcro, limpio. Ella se giró y Severino sintió el contacto inquieto de su mirada.

—Debo irme —le dijo al maestro Martin—, dejé el auto mal estacionado.

Severino me dijo que la mirada de la maestra de ojos estirados, podía ser tan cálida como amenazadora, lo cual confundía a cualquiera.

Por lo que un día llegó decidido a solicitar otra poción, en la casa de la maestra. La maestra lo recibió con sus ojos estirados, y sonrisa impecable, tranquila.

—Buenas tardes profesora, he decidido volver a iniciar mi tratamiento antidepresivo.

La maestra lo vio emocionada y se estiraron la mano en un saludo que duró más allá de lo normal.

De noche, muy de noche, cuando se encontraba descansando, Severino se imaginaba que ella cerraba sus ojos estirados y abría la boca, esperando un beso.

Un día la maestra lo recibió como de costumbre, a las cuatro de la tarde, para entregarle una nueva botellita con Flores de Bach.

—Debe cuidar la postura señor —y le puso la mano en su espalda, mientras el creyó leer algo en su mirada, algo que lo movió por dentro.

Los ojos de ella nunca sonreían, me dijo Severino, pero te veían de una manera que te hacían participar activamente en verla. En una ocasión me sugirió una pose de yoga para aliviar un dolor de espalda, por lo que puso su mano en mi ingle y la mantuvo allí. Me dijo algo del kundalini, que no recuerdo,  y me hizo flexionar la pierna, ocasionando que su mano resbalara hacia mi entrepierna. ¡Profesora!, pensé. Pero ella se puso de pie y cruzó sus brazos, como lo hacía cuando me veía en la escuela. Solo me miró a los ojos con un gesto muy elegante que no había visto en sus ojos estirados. Era una combinación de sonrisa tímida y chispa de alegría.

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