3/11/2004

Tenía un amigo que le gustaba hacer ejercicio en el cerro de Playas donde ahora vemos múltiples residencias. Me decía que se iba al amanecer --en pantalones de militar, botas--, y corría por los caminitos de tierra. No hay mejor ejercicio, decía. A veces se llevaba un arco, y practicaba la puntería. No sé a qué le tiraba --conejos--, pero también se llevaba un sable de samurai, de madera, con el cual hacía prácticas. Un verdadero asceta, este amigo, en veces entraba en ayunos, u desaparecía. Me fui de raite a Cabo, me decía. Yo siempre escuchaba.

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