3/08/2004

LA CASA


Íbamos a la casa de una amiga. Dicha casa, centro de reuniones y actividades varias --unos pasaban largas temporadas ahí, comulgando con los dioses--, conducía a un estado de enervamiento al penetrar en sus pasillos mal iluminados en forma de laberinto. Se trataba de una residencia de una planta que, al parecer, gozó de inmensa superficie desde el principio de su existencia arquitectónica. Recamaras aquí, recamaras acullá, daba la impresión --ya después, al caminar por sus espacios perdidos, empolvados--, que se trataba de dos residencias unidas mediante puertas que conectaban a espacios donde la gente pasaba días sin percatarse de la existencia del otro. No, no se trataba de un cuento de Cortázar. Gente entraba y salía. Gente se quedaba por largos ratos. Unos veían películas en una pantalla gigante, en la sala obscura. Otros pernoctaban en habitaciones aisladas, escuchando discos de Dead can dance.

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