8/31/2014

Los otros días

Según KM, hay un impulso primitivo que contradice las buenas intenciones de la mujer más recatada. Durante unos días del mes, muy particulares, muy inesperados, ellas son capaces de trepar árboles, esperar a que aparezca su presa, caerles encima, llevarlos por el aire. Otras trepan paredes. Otras te invitan a su apartamento. Otras firman convenios. Otras escriben libros.

—Llegan esos días —dijo KM—, y qué vas a hacer. Supongo que para ti esto es un discurso foráneo, pero yo soy un profesor en ese arte de la ubicuidad. El secreto está en esperar. Ya sabes cómo son, llegan esos días, terribles, contradictorios, y su biología las traiciona, las 'trolea'. Trepan árboles, escriben pensamientos, comparten fotos. Si antes defendían conceptos y teorías acerca del buen vivir, moralismos fundamentados en los condicionamientos que la sociedad les impuso desde pequeñas, lo que se espera de ellas, cómo deben comportarse, la buena conciencia, la familia como institución, cuando llegan esos días pierden el piso y trepan árboles, paredes, rasguñan muebles para afilar sus uñas, se doblan sobre escritorios, mandan mensajes, se resbalan, y no pueden detenerse.

—Supongo que lo que dices es subjetivo.

—Son datos duros y concretos, basados en años de estudio e investigaciones de campo. ¿Me crees?

—Supongo que sí.

Bebimos el whisky. 

—En una ocasión, una completa desconocida me invitó a su apartamento . No tenemos mucho tiempo, me dijo, asomándose por la ventana y doblando el cuerpo. Qué iba a saber yo que esta mujer era una respetable ama de casa, pero en ese momento lo desconocía. Mientras oíamos ópera, me confesó cosas extrañas. Que se acostaba con alguien cada vez que podía, para silenciar las voces en su cabeza. Emocionado por su sinceridad, le pedí que me dijera cuándo había sido el primer día de su último período. Tranquilamente sacó un bloc de notas y me mostró la fecha, en perfecta caligrafía y tinta azul. Allí estaba. La prueba del delito. La mujer andaba en sus días. Los del medio.

Nos quedamos callados, viendo a unas mujeres que entraban al restaurante. Iban muy maquilladas, con faldas cortas y tacones.

Bebimos el whisky.

—A un hombre sin experiencia estos vaivenes existenciales pueden causarle angustia —siguió—. Le puede asaltar un acceso de ira al no entender cómo la misma mujer que trepó una pared o se colgó de un árbol, discúlpeme la molestia, después asiste a un grupo de autoayuda, o va a misa los domingos y se da golpes en el pecho, 'Por mi culpa, por mi culpa'. Pero si sabe esperar y dejar un espacio, que se haga un espacio en su corazón para aceptar esta naturaleza insondable de la mujer, entonces tendrá derecho a festejar alguna que otra bonanza.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario