ROSA MONTERO
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Lo peor de todo es la sonrisa. Esa expresión de jolgorio cómplice y de pleno disfrute en su rostro de casi niño. Qué divertido, hemos insultado, maltratado, atizado a una mendiga: un chico golpea a su víctima con un cono de circulación. Mientras lo hace, sonríe.
02
En la imagen siguiente, su sonrisa ha aumentado. Ilumina de felicidad su cara de chico bien. Qué ratito tan guay estamos pasando. Después se ve entrar a Juan José con la garrafa de líquido inflamable. A partir de ahí, las llamas y el horror.
03
Hay atrocidades que parecen no cabernos en la cabeza por lo desorbitadas, por lo incomprensibles. Como el brutal asalto a esta mujer. Alguien del entorno de los agresores declaró que los chicos no pensaban matarla, que sólo "querían darle un escarmiento". Una frase tremenda.
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¿Es que había que escarmentar a la víctima? ¿Se merecía esa pobre mujer un escarmiento? ¿Por ser indigente?
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Hay algo aún peor. Cuando ese tipo habló de escarmentar, lo hizo con el convencimiento de que los demás le entenderíamos. Y sí, lo más triste es que le entendemos. Porque los indigentes nos irritan. Su infelicidad y su miseria ensucian nuestra tersa, egocéntrica burbuja de ciudadanos ricos, haciéndonos sentir desagradables emociones: responsabilidad, vergüenza, incluso compasión. Para evitar todo esto deshumanizamos al mendigo y le transmutamos en un objeto.
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