ROSA MONTERO
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En una reciente exposición del Museo Reina Sofía de Madrid, titulada El arte sucede, se exhibía un vídeo de 53 minutos de Jordi Benito, realizado en los años ochenta, que mostraba la muerte a martillazos de una vaca; entre otras escenas lamentables, también se veía cómo clavaban puñales en el cuello al animal, mientras seguía vivo, para llenar copas de sangre.
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Un cartelito advertía de que las imágenes podían herir la sensibilidad y blablablá, pero esta sangrienta zafiedad podía ser contemplada por cualquier visitante del museo, incluyendo los niños.
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Si admitimos que grabar el sufrimiento y la muerte de un animal puede ser considerado arte, ¿por qué no va a serlo también una película snuff, por ejemplo? Me refiero a esas filmaciones pornográficas en donde se tortura y se mata de verdad a la víctima.
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¿No resultarían tremendamente elocuentes y revulsivas? ¿No podrían incluso justificarse como una representación icónica de la violencia arquetípica (o cualquier jerigonza por el estilo)?
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