Anoche mientras leía un libro de meditación, encontré un párrafo donde decía que los hijos son una especie de maestros Zen que la vida nos envía para que aprendamos sabias lecciones.
Bajo estas indicaciones, recordé la vivencia de una amiga, la cual ya no tengo noticia de ella y espero esté bien, pero gustaba darle todo tipo de libertades a su maestro Zen (quizá estaba aprendiendo lecciones de él).
Estábamos en un convivio y alguien le preguntó por su hijo. Ah, dijo exaltada, él está bien, él sabe cuidarse solo, es muy independiente. En esos momentos, el pequeño Buda de dos años se había salido de la casa y caminaba libremente por la calle, evadiendo el tráfico de los carros, mientras mamás escandalizadas observaban el espectáculo.
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