11/07/2003


Quiero decir que fue una experiencia sensata el ser columnista de un diario. Gracias a ello, aprendí­ bastante en cuanto al manejo de textos para el consumo publico, aunque en muchos casos, un consumo 'superficial', donde el lector no profundiza en ejercicios de narrativa. Sin embargo, admito que me fue de gran utilidad como escritor el permanecer en el ojo público. Probé distintos métodos de creación literaria y conocí­ gente que me hizo llegar sus atinados comentarios. Correos electrónicos donde se me felicitaba o se me abucheaba (de todo un poco). Por lo que durante dos años y fracción que permanecí­ en Mosaico, experimenté un subibajas emotivo... En momentos desconfiaba de mi trabajo como columnista (queriendo proponer una columna distinta, un proyecto alternativo, supongo), pero luego retomaba el vigor inicial y volví­a a enumerar temas de varios í­ndoles proporcionándome gran satisfacción (la satisfacción de escribir y ser leí­do). Al final, admito también, empecé a flaquear en cuanto a mi desempeño creativo. Quizá un desagrado, o enfado general hacia el quehacer del columnista, hacia la molienda de tener que fabricar textos bajo la constricción moral y ética que maneja Frontera. Sobretodo cuando Rafael Rodríguez, editor de Mosaico y Minarete (buena suerte TJ) que ya le conocí­a en una ocasión anterior (mi primera salida de Frontera), se unió a Frontera y arremetió sus perfiles editoriales ('noticiosos', dice él), donde presentí que el final de mi proyecto estaba cerca, lo cual hizo de mis últimas entregas unas fuckings salidas en falso (sí­, lo admito), pues es difí­cil escribir bajo la presión de que te van a cortar la cabeza... En fin. Me despido de Frontera para concentrarme en materias más privadas, más literarias (good luck to me). Quizá este blog. Quizá aquella noveleta que está en el cajón. Quizá otras cosas.

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