Me dijo que se sentía sola en el Distrito Federal, que no conocía a nadie, y que estaría ahí por unos días, divagando por la gran urbe sin conocer a nadie. Le daba miedo que le pasara algo, que la asaltaran. Se me hizo fácil darle el teléfono de mi tío.
—Qué bárbaro —me dijo después—, nunca pensé que un hombre de 60 años pudiera hacer tantas cosas.