Tu amor por la Doctora de los Pies es suficiente como para quedar preñado de una sensación de amamantas quedando vulnerables por el escote lechal. Así mismo, la ayudante, una melindrosa intelectual, a veces te hace los tratamientos en la privacidad de su oficina, mostrándote sus amamantas mientras permanece a tus pies como Galga Febril. Ese día buscas a la doctora, para saldar cuentas pendientes (la quieres enganchar). No está, dice la Galga Febril. Está bien, dices tú. Vengo al tratamiento. Sentado en la silla, la Galga empieza su tratamiento mientras empiezas a verle las amamantas. Déjame poner el pie aquí, y sin querer, tocas la amamanta derecha, provocando que ella respingue como rorra tropical. Está bien, dice, déjelo ahí, la doctora no está.
Usted es muy callado, dice la Galga Febril. Cuando viene, nunca habla. Parece que hoy viene muy platicador. Lo que pasa es que no te conozco, y tu pie vuelve a tocar la amamanta, esta vez, un masaje rápido de dedos rápidos para sentirle los botones debajo de la blusa. Oh, usted es atrevido, jajaja. Qué hace. Nada, sólo quería conocerle los pensamientos. Está bien. Pero a ver si no llega la doctora, es muy celosa con esas cosas de los pensamientos. No llegará, y para comprobarlo, le enseñaré un truco de magia que aprendí en el zoológico. Alzas tu pie y le agarras la bata con los dedos, jalándola de un tirón, para luego masajear sus amamantas con más confianza. Ahhh, ahhh, jajaja, sí, me gusta, jajaja, y se deja ir con más alevosía y ventaja, dizque haciendo la higiene, golpeándote sus tetas al por mayor. Okey, dices, okey, ya estuvo bien, jajaja. Pronto tienes el brazier a la vista y tus pies masajean la amamanta directamente, los botones chichones como borrador entre tus dedos. Doctora, buenos días, perdón, no sabía que había llegado. Está bien, prosigan, regreso cuando terminen.
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