12/19/2003

En realidad, mi vida diaria carece de sentido literario, narrativamente hablado porque no quiero aburrirlos con nimiedades. En otras ocasiones he parloteado absurdo acerca de elementos que me detengo a observar en mis mañanas mientras nadie me ve tomando café, y en momentos resulta gratificante para un registro multicolor en el cuaderno. Gracias. Pero por lo regular, mis rutinas y horarios de materia laboral, resultan monogramas sin color. Uno podría decir que debo hablar del ingeniero hijo de su mamá que parió a un siamés sin hermano (un gordito ñoño con complejo de Chavelo Iraquí), que me pone a temblar cada vez que lanza sus calumnias al aire, sólo para desatarme un nervio, o un stress etílico, que luego debo sanar con una botella de algo. De hecho, de ahí vengo en este momento. De empinar unas Samuel Adams, para olvidar al perro aquél, que seguramente está en su apartamento, fumando un cigarro, viendo aquella película de Love Boat, o algo por el estilo --que desvaríe su mente--, en su televisión de Wallmart, mientras fabrica otra táctica para abrirme el corazón con su serrucho psicológico.

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