Un brazo se extendió en la obscuridad y me movió el cuerpo. Una vez. Otra vez. La mano movía la cama, mi cuerpo, mi consciencia, todo se movía. Todo esto lo percibía dentro de mis sueños. Roncaba: ese es el dilema del roncador: no se oye roncar.
Me dio un poco de coraje, porque después de repetidas situaciones, la ventana del sueño se cerró y me dio tremenda insomnio hasta noche. No iba leer El evangelio según Jesucristo de Saramago para conciliar el sueño.
Eso me mantendría despierto.
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