En cambio la Black Woman no me intimida en lo absoluto. Al contrario, me intriga en lo absoluto. Me invita cierta ansia de satisfacción genital. Cuando veo a una Black Woman cruzando el semáforo, manejando un porte de Africa Bambatta con fundamentos de Tiger Woman a Go-Go, sé que las formas apretadas de su anatomía negra presentan un énfasis culinario-visual como para entrar en calor automático.
Así pues, lo que pretendo aclarar, que quede claro, es que la Black Woman no me asusta en lo absoluto. Todo empieza hace unos años, cuando por supuesto mi mejor amigo conecta a una Tiger Woman con emblema de Africa Bambatta en el famoso Frogs de Tijuana. El muchachito se la lleva. Cabe señalar, para motivos de aclaración, que quede claro, que se la lleva a su casa, y luego el fucker me narra escenas de abolengo histriónico en la cama de un hotel llamado Rosarito y que queda en Rosarito Baja California. Historias descabelladas sin contexto de frigidez o pasión muerta, sino todo lo contrario, que quede claro. Noches de Sherezade y sueños locos de enamorados con la acidez sexual en los muslos de un mañanero. No dormí, me decía el injusto al llegar a la oficina. No dormí, me decía el injusto. Yo veía sus ojos y decía qué tal, ¿es cierto? ¿Once you go black, you never go back? Sí, decía él. Sí, sí, y recontra sí.
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