(El chilango --no changoleon, pues--, me chingó)
En otras ocasiones he parloteado acerca de nuestros paisanos del sur, los ‘chilangos’. Estos señores tienen fama de ser de cierta manera. Esto lo vemos aquí, en la ‘provincia’ (como la llaman). Esto lo veo con una vecina. Su hija la llega a visitar. La hija chilanga y el marido chilango. Los señores llegan en su auto familiar. Voyager nacional. De pronto el tipejo me lanza una pugna visual que yo soy mejor que tú. Estaciono el auto, en la acera de enfrente --no hay lugar--, siento la mirada haciéndome un agujero. Una mirada que quiere bronca. Una mirada de. Volteo y, ciertamente, el tipejo me ve cual análisis paternalista. En esos casos, basta una indiferencia. Pero este señor me ve analista. Fijo. Así. Así. Concentración. Me ve. (¿Qué ves? Órale pue). Instantes rudos --saco las cosas--, quiero regresarle su mirada, pero no aguanto. Me chinga. El chilango me chinga.
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