Hablando de monjas, mi mejor amigo, ya ido a otra parte del país, en algún momento de su vida intentó ingresar a la orden de los jesuitas, ser padre, dejar todo, el sexo. No pudo. Una mujer, curiosamente, que conoció en el poblado de Jalisco donde se estaba internando, le sonsacó el sexo. Se lo sonsacó, así, sonsacado, no pudo obedecer el voto de castidad. Dejó la mojigatez y a partir de ahí dio rienda suelta a lo que después se llamó una racha de calentura reprimida. Conoció mujeres, salió con negras, se fajó a trabajadoras sociales de la avenida Revolución, luego conoció a la que ahora es su esposa.
DOS
Daniel Salinas habló acerca de la felicidad de leer un libro, el placer que provoca dicho habito, como celebración de nuestra existencia en esta, a veces mundana existencia, aquello que brinda sensibilidad y imaginación a nuestras ideas, pero ahora quiero decir que leer tiene un lado triste. Este lado se asoma al final de una lectura, cuando estamos en las ultimas paginas de un buen libro, y sentimos un dejo de nostalgia por la próxima lejanía, distanciamiento al apartarnos de una historia, personajes, que han estado en nuestra existencia durante los últimos días, semanas, etc. Me está sucediendo con la lectura de Todos los nombres. Aunque ha sido una lectura densa, la estructura que utiliza Saramago se me dificulta, en sus hojas no hay espacio en blanco para respirar, es línea tras línea... pero el argumento, el personaje, su historia es verdaderamente cautivante, y al encontrarme al final, me digo que extrañaré todo eso. El hecho de empezar inmediatamente con otra lectura, se siente a deslealtad, no sólo a un gran autor, que dedicó un gran esfuerzo a una gran obra, sino también a mi felicidad.
Descansar un rato, saborear esta felicidad, lo poco que queda, de este libro.
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