LA CORRUPCIÓN
Antes no podía responderme a la pregunta de si el poder corrompe la moral de una persona. Me llevó verlo en persona, en el trabajo, para entender la fisonomía del proceso mental.
¿No importa si pongo un ejemplo, para ilustrar mi historia?
Un indigente. Un indigente de aspecto maltratado y perdido camina por la calle: se le nota urgido, humilde, sonriente. Aun no es una persona corrupta. Su persona está limpia de toda vileza y desgracia espiritual.
Volteamos el espejo.
Ponemos a este indigente en un puesto de importancia, en una empresa. Le damos el puesto de jefe: jefe de un departamento donde tiene a su cargo a varios profesionistas. El indigente, al verse electo y postulado a semejante cargo, deja de ser indigente: se le nota una determinación en la cara. Cierta terquedad. Lo que antes lo hacía inseguro, el dinero, ahora lo hace combativo. Se siente una persona vital y quiere destacar: es el jefe, ya no es un indigente.
El poder le corrompe. Ha dejado de tener hambre. Siente poder. Ya no es indigente. Tiene derecho a llevar su vida con todas la de la ley.
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