4/01/2004

CAPA DE POLVO
Un cine. Había un cine en la calle siete, de esos antiguos que tienen una taquilla afuera con una mujer adentro, aburrida, viendo algún televisor. La entrada, misteriosa. Cortinas rojas a modo de terciopelo, y un hombre con saco de cuadros, sin afeitar, que recogía los boletos. Él fue el primero en entrar. La capacidad era mínima. Un hombre --que calificó de propietario--, movía las sillas de madera. El piso estaba cubierto de una capa de polvo. Una mujer, que le llamó la atención --delgada, cabello largo, con finta de seductriz--, empezó a barrer con diligencia. La limpieza se prolongó. El señor les pidió que esperaran afuera, en lo que parecía ser un patio de servicio que daba a un vecindario, pero él se ofreció de voluntario. La mujer aceptó, pero no hicieron limpieza. Escena siguiente: felatio, y la gente afuera, inquieta. Cuando todos regresaron, se sospechaba que algo había sucedido, pero nada pasó. Al salir, los malozos del vecindario lo querían linchar.

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ABAJO DE LA CAMA
Abajo, abajo de la cama, su cuerpo apenas cabía bajo la constricción del espacio. Un lugar apretado, que ninguno de los dos imaginó, pero en el momento de las prisas presiones, era el mejor lugar para esconderse. Y fue por esa razón que él lo descubrió. Tuvo que usar un pretexto para salir del aprieto: estaba ahí porque jugaba a las escondidas con el hijo. Había un problema: el hijo no estaba.

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