—No uso maquillaje —dijo Emanuelle—, sólo lipstick.
El editor asintió, satisfecho.
—Es mejor así, no me gusta cuando usan maquillaje. Me gusta au natural.
Emanuelle abrió su maletín, sacó un fólder repleto de hojas sueltas. El editor le veía las medias, cómo estas se perdían a la altura de los muslos, donde unos tirantes las sujetaban, para luego ocultarse debajo de la falda.
—Dijo que me iba leer sus escritos —dijo el editor.
Emanuelle volteó. Su blusa estaba ligeramente abierta, se le veía el sostén.
—Escribí esta novela hace cinco años —dijo—. Espero le guste.
—No se trata de que me guste, sino de la calidad.
—Mmm, verá, lo que quise decir es que no escribo como los escritores que usted edita.
—Habrá que escucharte leer. Ni Roberto Bolaño acostumbraba leerme sus escritos en persona. Eres la primera que sale con esa peculiaridad. Para todo hay una primera vez.
Emanuelle tomó asiento en el banco que reposaba en el centro de la habitación, la falda trepó a sus muslos.
—Para ser una ama de casa —dijo el editor—, te vistes de forma provocativa.
—El hecho de que me guste cocinar y limpiar, ¿no me da el derecho a ser John Grisham?
—No, no decía eso —el editor se acomodó en el asiento—. Seguramente el comité estará muy satisfecho con tu trabajo.
Emanuelle separó las piernas, empezó a leer. El anuncio de las bragas quedó claro.
—Te llamas Emanuelle —dijo el editor.
—Correcto, es mi nombre de pluma.
—En fin, creo que me perdí con lo que leías, ¿puedes empezar de nuevo?
Emanuelle entonó la voz, cuidando de mostrar el infinito de las bragas, el suspenso en la obscuridad.
—Me interesan los recursos narrativos que utilizas —dijo el editor—. El prólogo me parece una forma moderna de flashback al estilo de Saramago.
—Lo copié de un chat que tuve en el Messenger.
—Nunca supe cómo usar Windows.
Emanuelle se subió discretamente la falda, revelando ahora sí todo.
—Me parece muy íntima tu novela —dijo el editor—, muy selecta. Buscaré a Cortázar para que empiece a editar tu manuscrito.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario