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Era un fulgor callado. Un silencio inédito que empezaba en el pecho: una pérdida de aire, cuando pensaba en ella, y su nombre venía a su mente, como una flor de pétalos que desprendía un aroma exquisito. Precioso. Una forma de sentir las cosas, luego, que hacía el juego de la vida un alegre desliz donde siempre salía ganando. Él. Ella. Esos momentos donde empezaban a saberse en un beso, que siempre empezaba lento, y podía durar en sus bocas, luego, como un suave recuerdo, de lo que es tener la saliva de otro, como una forma de premio: felicidad.
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